martes, 26 de marzo de 2013

Ciclos: las mujeres de las que vengo

Amaro está por cumplir un año, y desde que empezó la cuenta regresiva me las he pasado recordando con nostalgia las últimas semanas que estuvo en mi. "El año pasado hicimos esto... hace un año yo estaba... te acuerdas que días antes que naciera el gordo fuimos a..." son oraciones que han salido muchas veces de mi boca acompañadas de una sensación de añoranza en mi corazón. 

Por si fuera poco, esta tarde, mientras escuchábamos jazz al aire libre en el Jardín Botánico, tras un día de asados con familia y amigos, mi hijo comenzó a ponerse de pie solo y un par de veces se soltó del apoyo que le daba mi cuerpo y ¡dio unos pasos por el pasto! ¡Pero si sólo fue ayer que lo tenía en mi panza! ¡No ha pasado ni un año!

Esta noche la palabra "ciclos" me acompaña. Me acerco a completar mi primer ciclo de madre, tras un año cargado de emociones, aprendizaje y amor. Doce meses tan intensos que siento que podría compararlos únicamente con mi primer año de vida, del cual sólo mi sombra puede hablar. Este año he cerrado etapas, pero durante estos días de reflexión he logrado entender que también he abierto nuevos círculos, que a su vez marcan el trazado final de los círculos de las madres de las que vengo, de mi historia familiar.

En este instante entiendo que mis ciclos no nacen ni terminan en mi, pero que sí es importante la forma en que me los vivo, pues ahí está la llave no sólo para abrir una nueva puerta en mi camino, sino que para cerrar aquellas que pretendían limitar mi destino.

Hoy tuvimos un asado con amig@s y sus retoñ@s, que terminó con el jazz que comentaba líneas más arriba. Pero entremedio, con Amaro participamos de una reunión familiar. Un asado en el mismo lugar con las familias de las y los hermanos de mi abuelo materno. Fue un bello encuentro, pues a algunos hace años que no tenía la suerte de abrazar y me hizo feliz que también mi hijo pudiera disfrutar de ese cariño. 

Emocionados por este re-encuentro fueron varios los que lo inmortalizaron con fotografías: preparando el asado, poniendo la mesa, riendo, jugando, todo el choclón almorzando... pero hubo una que hizo patente nuevamente esta sensación de ciclos

"¡Ya!, pónganse para la foto los cuatro" nos dijo un tío a mi abuela, mi madre, mi hijo y yo. Cuatro generaciones inmortalizadas, miles de círculos abiertos, cerrados, a medio camino y algunos sin nacer escondidos tras cuatro sonrisas. Por un instante me salgo de la imagen y me paro tras el visor de la cámara y me veo fuerte, valiente y feliz.

A continuación contaré algunas cosas de las vidas de las mujeres de las que vengo, lo hago con el respeto y amor que se merecen y les pido se lean y entiendan de la misma forma.

De su primer embarazo mi abuela tuvo una hija, y esa hija de su primer embarazo también tuvo una hija, pero esta hija, no tuvo otra hija, sino que tuvo un hijo. Primer círculo cerrado, el más evidente y el que quizás es la señal de un cambio.

Mi abuela tuvo tres embarazos más después del que le dio la vida a mi madre. Y por lo que he escuchado en sus relatos, cada vez fueron peores. Placenta previa en uno que casi le costó la vida y preeclampsia en el último que la tuvo hospitalizada mucho antes de su fecha de parto. 

Mi madre sólo tuvo un embarazo. Terminó en cesárea luego de un día entero de contracciones que si bien la llevaron a tener creo que 5 cm de dilatación, justificaron porque habían esperado mucho y no pasaba nada, yo era muy grande, mi mamá muy baja y delgada.

Mi hasta ahora único embarazo terminó en un parto normal, con ganas de que hubiera sido natural, tras 12 horas de trabajo de parto, de las cuales 9 fueron en mi hogar, maravillosamente acompañadas de mi compañero de vida y padre de mi hijo. Un circulo que se cerrará -espero- si es que el universo me regala la posibilidad de volver a parir, ahora con naturalidad, amor y respeto pleno.

Mi abuela amamanto a tres de sus cuatro hijos. La última tomó relleno, pues según me comentó una vez, le dijeron que "los bebés que toman relleno son menos mañosos", esto tras las "complicaciones" que tuvo para quitarles el pecho a mis otros tíos. Hoy reconoce que la más "mañosa" fue la que no amamantó.

Mi madre me amamantó hasta los tres meses, pues tuvo que volver a su trabajo. Además, le dijeron que su leche no era de buena calidad y que no me estaba alimentando. Jamás repararon en que quizás eso se debía a que yo no mamaba bien y le había herido los pechos.

Mi hijo lleva 11 meses y sumando de lactancia materna exclusiva. Pesa más de 11 kilos y mide más de 70 cm, es muy sano. Podríamos decir -para suerte de Amaro- que aquí hay un ciclo cerrado.

Mi abuela fue dueña de casa, crío a sus cuatro hijos, más una montonera de sobrinos y a una nieta, yo. Mi madre es profesional y me crió en el tiempo que pudo después de su larga jornada de trabajo. A mi hijo le estoy regalando su primer año de vida junto a mamá y espero estar lo más presente posible, a pesar de mi trabajo como periodista...

Ciclos abiertos, cerrados o a medio camino, pero lo que está claro es que siempre avanzando. Para mi la vida sólo tiene sentido si es para avanzar, para ser cada vez mejor ser humano, para tener cada vez más respeto y amor, y un alma feliz. Esa concepción del mundo viene de las mujeres de las que vengo, que tuvieron que "bailar con la fea", pero que pese a eso tuvieron las fuerza para seguir avanzando. Esa fuerza que hoy a mi me permite cerrar círculos, empoderarme y sentirme feliz de que crecí como mujer y que conmigo crecieron y avanzaron ellas también.

Hoy miro esa foto y me veo feliz, empoderada de mil rol de mujer/madre, y a mi lado veo a dos mujeres/madres fuertes y valientes, que con amor me entregaron las herramientas para seguir avanzando y cerrando puertas, pesadísimas algunas como las que me tocó mover este año, pero que me sirvieron para demostrarme lo poderosa que es la energía materna de mi familia.

Estas palabras van en honor a las mujeres de las que vengo, pero también son para Amaro, pues yo no sería lo que soy gracias a mi madre y abuela, así como tampoco lo sería sin el crío que cuelga de mis brazos. Él viene de estas tres mujeres/madres, tiene nuestra energía y nuestra historia impregnada en la sangre que los cuatro compartimos. Como hombre cerró, cerrará y abrirá nuevos ciclos y mi motivación es que los haga siempre con la convicción de que avanza, desde el amor y para el amor, con la energía de estas tres valientes, fuertes y felices mujeres de las que viene.


lunes, 28 de enero de 2013

A mis amigas invisibles

Cuando las mujeres nos embarazamos somos seres llenos de luz. La energía pura que crece en nuestro interior es tan fuerte que sale y nos rodea con un aura brillante. Nos vemos radiantes y nuestro entorno lo percibe. La familia y amig@s nos tratan con cuidado y cariño, los no tan cercanos se animan a hablar y preguntan cómo estás y la gente en la calle nos mira con ternura.

Luego, llega el día del parto y sé que muchas coincidirán cuando digo que a pesar de lo poco respetado o violento que éste pudo ser, es el día más maravilloso de nuestras vidas. Al fin tenemos en nuestros brazos a ese ser que creamos en nuestro cuerpo. Al fin también nacimos como madres.

Sin embargo ese segundo nacimiento es menos comentado. Tod@s, e incluso nosotras, estamos en éxtasis con la nueva criatura. No pensamos ni hablamos de otra cosa que no sea del bebé, y en nuestro caso es como debe ser, pues siento que la mejor manera de enfrentar la maternidad es entregarse por entero, como dice Laura Gutman, es sumergirse en las profundas aguas del puerperio y permitirnos nadar libremente en ellas.

El problema es que aunque queramos, no somos sirenas. Necesitamos salir a la superficie y tomar aire, pero a veces nos sumergimos demasiado y las fuerzas para nadar hacia el exterior se nos acaban, y ¿qué pasa si nuestro entorno sólo tiene conciencia del nacimiento de un bebé, y no el de una madre? ¿qué pasa si sólo quieren disfrutar de las "gracias" del bebé y no prestan atención a esa madre que se ahoga en ese mar lleno de torbellinos de incertidumbre, amor, cansancio?

Lamentablemente, en nuestra sociedad actual al parir las mujeres/madres no sólo entregamos un hij@ a este mundo, sino que también entregamos nuestra visibilidad. El nacimiento de una madre no se ve, e incluso muchas de ellas ni siquiera lo sienten, o no lo entienden. Parece ser que al igual que sus retoñ@s no saben qué pasó, pero evidentemente algo cambió y tomará un tiempo y mucho esfuerzo acostumbrarse a vivir en este nuevo mundo. 

Pero al menos, el o la bebé lloran, se hacen caca, se hacen notar, son tremendamente visibles. Sin embargo, una madre recién nacida calla, se oculta, observa, se hace poco a poco cada vez más invisible. El entorno no es capaz de ver a esta recién parida, sólo ve a la misma mujer de hace 40 semanas atrás, pues ya no tiene esa guata enorme, quizás está con unos kilos de más, pero se ve "normal", por lo tanto se le trata como a cualquiera. Incluso, muchas madres recientes se ven a si mismas de esa forma, pero cuando tratan de actuar como lo hacían hasta antes de entrar en ese estado "embarazoso", se dan cuenta que no pueden, es como ponerse los zapatos de otro, se siente raro, te tropiezas, y no entiendes por qué si todo se ve igual. 

El error que comente esta sociedad es que ve a la madre y al bebé por separado, pero si hiciéramos el ejercicio de verlos como una sola cosa, ¡vaya que cambia el escenario! Esta mujer no es la misma de hace 9 meses, ahora tiene un ser humano pegado a su cuerpo, no oculto en él, sino que visiblemente aferrado a su pecho. Ya no es -y no será por mucho tiempo- una persona, es una diada, en la que el o la bebé no viven sin su madre, y la madre no está bien si no es capaz de entregarse a ese bebé.

En el mundo en que vivimos esta forma de ver la maternidad no existe, es invisible, e incluso las madres recién nacidas no son capaces de verlo. Por eso necesitamos que alguien nos guíe hacia ese mar puerperal, que nos acompañe mientras nos sumergimos para conectarnos desde ahí con nuestr@ bebé, con el "yo mamá" y que nos ayude a salir al exterior para recuperar fuerzas, para procesar lo que encontramos mientras buceamos en nuestras emociones más profundas. 

Pero hoy, ¿quién tiene la capacidad de ver a estas madres invisibles y el tiempo de acompañarlas en este proceso? Parece ser que sólo otras madres invisibles pueden reconocer a esta diada perdida en los mares post parto. Para el resto del mundo no existimos, es como si nuestra mujer/mamá/bebé estuviera creada en un formato que no es compatible con la forma que codifican los ojos de la sociedad. Pero cuando nace una mamá, sus códigos visuales se transforman con la oxitocina que fluye por montones, que sumado a un des-velo y despertar de nuestra conciencia permite que nos re-conozcamos y rescatemos del ahogo seguro.

Para tristeza de muchas madres y sus crías, no todas se atreven a bucear atendiendo esa  necesidad de encontrar respuesta a eso que les pasa, o quizás algunas lo hacen, pero no tienen la suerte de ser vistas por otra diada. Por eso agradezco que mi historia sea diferente. 

Angustiada por las miles de sensaciones sin nombre que me recorrían, con mi hijo pegado al pecho, sola en las cuatro paredes de mi departamento desde el que veía la lluvia caer, decidí sumergirme y seguir unas pequeñas lucecitas que estaban en el fondo de mi mar puerperal. A medida que me acercaba la luz crecía y mi alma se calmaba sabiendo que encontraría un refugio. De pronto, un grupo mujeres/madres/bebés me agarró y abrazó fuerte. Con sus manos acariciaron mi pelo y el de mi hijo, me ofrecieron un sitio para descansar y se sentaron a mi lado con sus crías en los brazos, pero mirándome atentamente, alentándome a hablar. Saqué de mi corazón todas esas sensaciones sin nombre y poco a poco, estas diadas fueron hablando e identificándolo todo. Mi alma al fin encontró un respiro.

En este mundo invisible son las emociones las que mandan, las energías que se transmiten las que alimentan su existencia. Somos todas invisibles, muchas ni siquiera nos hemos tocado, no nos conocemos de la manera que se acostumbra en el mundo material del que venimos. Pero eso no importa, nuestros corazones caminan juntos, se acompañan, se contienen, se abrazan para fortalecerse y celebrar. No es necesario -aunque cuando ocurre es mágico- en contacto físico, pues lo que nos une es lo más grande que existe: es nuestro amor hacia nuestr@s hij@s.

Para ustedes, mis queridas amigas invisibles, estas palabras de agradecimiento por cara palabra, por cada caricia, por cada abrazo que le han dado a mi hijo y a mi corazón. ¡Grandes bellas y empoderadas mujeres/madres/bebés! ¡Grande Mamitas Pro!